lunes, 20 de julio de 2009

Las remolachas azucareras y el valor de una Alma




Hace muchos años, el obispo
Marvin O. Ashton (1883–1946), que
prestaba servicio como consejero del
Obispado Presidente, ofreció una ilustración
que quiero compartir con ustedes. Imaginen
a un granjero conduciendo un camión gran-
de de caja abierta, lleno de remolacha azu-
carera y en ruta hacia la fábrica de azúcar. Al
recorrer el camino de tierra lleno de baches,
algunas remolachas caen del camión y van
quedando sembradas a lo largo del recorrido.
Cuando el granjero se da cuenta de que ha
perdido remolachas, les dice a sus ayudan-
tes: “Las que han caído contienen la misma
cantidad de azúcar que éstas. ¡Volvamos a
recogerlas!”
En la forma en que aplico esta ilustración,
las remolachas representan a los miembros
de esta Iglesia de los cuales somos respon-
sables nosotros, los que somos llamados
como líderes; y las que cayeron del camión
representan a hombres y mujeres, a jóvenes
y niños que, sea cual sea la razón, se han
desviado del sendero de la actividad. Para-
fraseando los comentarios del granjero con
respecto a las remolachas azucareras, digo,
re=riéndome a esas almas que son preciosas
para nuestro Padre y para nuestro Maestro:
“Las que se han deslizado por el camino tie-
nen el mismo valor. ¡Volvamos a buscarlas!”
Hoy, ahora mismo, algunas están

enredadas en la corriente de la opinión
popular; otras se hallan quebrantadas por
las mareas de los tiempos turbulentos; y hay
otras que han caído y se han ahogado en el
remolino del pecado.
Eso no tiene porqué ser así. Nosotros
tenemos las doctrinas de la verdad; tenemos
los programas; tenemos la gente; tenemos
la potestad. Nuestra misión va más allá de
convocar a reuniones. El objeto de nuestro
servicio es salvar almas.
Nuestro servicio: salvar almas
El Señor hizo destacar el valor de todo
hombre y de toda mujer, joven o niño cuan-
do dijo:
“…el valor de las almas es grande a la
vista de Dios…
“Y si acontece que trabajáis todos vuestros
días proclamando el arrepentimiento a este
pueblo y me traéis aun cuando fuere una so-
la alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con
ella en el reino de mi Padre!
“Y ahora, si vuestro gozo será grande con
un alma que me hayáis traído al reino de mi
Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si
me trajereis muchas almas!” (D. y C. 18:10,
15–16).
Recuerden que tienen el derecho a recibir
las bendiciones de nuestro Padre en esta
obra. Él no los ha llamado a su pocision..
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